A día de hoy, se nos hacen cada vez más evidentes los límites de las políticas espectaculares, mediáticas y representativas para transformar las cosas: como si sus discursos fuesen por un lado y nuestras vidas por otro, como si sus palabras y símbolos no lograsen afectar verdaderamente las formas de vida.
Cuando los signos se independizan de lo sensible y del cuerpo dan lugar a la tiranía del cliché, de la respuesta automática, de los medios de comunicación, de la sociedad del espectáculo.
Vivimos entonces la “semiotización de lo social”. Es decir: la estandarización de la lengua y el pensamiento, en detrimento de la sensibilidad y el cuerpo como recursos activos para la elaboración de ideas, experiencias y nuevos sentidos vitales colectivos.
En esta discontinuidad -ya milenaria, muy occidental- entre lenguaje y cuerpo, forma y contenido, sonido y sentido, podemos hallar seguramente el núcleo más tenaz del sometimiento a los poderes que monopolizan socialmente la decisión, la acción y la palabra.
¿No nos representan? La salida del sometimiento pasa pues por la recuperación del continuo lenguaje-afecto, cuerpo-palabra. Una “política del ritmo”.
El punto de partida de la resistencia es sensible, no doctrinal.
Convocamos a tres autores amigos para pensar de nuevo las relaciones entre afecto y lenguaje, y la política que resulta o podría resultar de una nueva relación entre afecto y lenguaje.
El argentino León Rozitchner, filósofo y psicoanalista, cuya obra puede leerse de un extremo a otro como un esfuerzo por penetrar en el saber de los cuerpos y por escribir a partir de allí, desde ese esfuerzo, desde ese saber.
El francés Jean-François Lyotard, que antes de ser el conocido filósofo posmoderno de las “pequeñas historias”, fue pensador de los afectos como fuerzas e intensidades que requieren un análisis más “energético” que semiótico.
El francés Henri Meschonnic, traductor de la biblia judía, pensador del lenguaje y poeta del desacato. Pensó siempre en contra del mantenimiento del orden y por ello el pensamiento oficial francés intentó e intenta borrarlo: no toleran a un meteco que lee otras lenguas.
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