Retomamos la actividad del grupo “Darnos aire. Educación y laboratorios ciudadanos”, tras estos meses de confinamiento. Lo hacemos con un recorrido por los temas previstos para las siguientes sesiones de trabajo del grupo, mirados desde la experiencia que hemos vivido en los últimos meses. Una discusión abierta, retransmitida en directo, en la que se discutirá sobre el enfoque y las sesiones del grupo a partir de septiembre.
Proponemos trabajar en cuatro bloques que arrancarán cuatro personas del grupo:
BLOQUE 1: MARTA MALO E ISABEL OCHOA
-¿Qué nos ha pasado? ¿Es posible la escuela sin cuerpos? El proyecto Experimenta Educación no se ha podido llevar a cabo cómo estaba previsto pero ha hecho todo lo posible por adaptarse a la nueva situación. También el enorme esfuerzo que miles de docentes y escuelas han hecho durante estos meses tratando de sostener la escuela y la enseñanza, a pesar del confinamiento.
BLOQUE 2: ANA HERNÁNDEZ
-Infraestructuras para el aprendizaje. El confinamiento ha puesto a prueba las posibilidades de la red para la educación y las capacidades familiares para aprovecharlas y combatir las dificultades. Hablaremos sobre recursos educativos libres, infraestructuras, herramientas y modos de hacer durante el confinamiento.
BLOQUE 3: RODRIGO GARCÍA
-Disciplinas, saberes, jerarquías del conocimiento. Durante la crisis hemos visto no solo lo inabarcable que es el currículo, sino que también nos hemos cuestionado su estructura y su pertinencia. Hemos visto cómo han cobrado protagonismo asignaturas que suelen estar menos valoradas como la música, la plástica o la educación física, pero también hemos experimentado la utilidad de abordajes más multidisciplinares.
BLOQUE 4: MARINA GARCÉS
El giro afectivo. Aprender a vivir juntos o el temario. Si algo hemos visto con claridad es que sin relación, sin relaciones, no hay escuela posible. Tampoco aprendizaje. Como dice Daniel Brailovsky, “educar, enseñar, aprender o estudiar son cosas que suceden entre cuerpos y no entre organismos. Se requiere pensar en términos de afectividad cuando se desea comprender los encuentros entre personas.”Somos en relación y hacemos en relación. Necesitamos la doble vinculación con los otros y con los saberes que propicia la escuela.
El confinamiento supuso la suspensión de cualquier actividad física y presencial. Para la escuela supuso algo que la mayoría de nosotros nunca habíamos experimentado: se suspendió la actividad educativa presencial en todos los centros y etapas, ciclos, grados, cursos y niveles de enseñanza (una suspensión que aún continúa en muchos países iberoamericanos).
Sin la presencia desapareció el tiempo escolar (un tiempo intensificado, ritualizado, separado del tiempo común) y el espacio (común, compartido, especializado, diferenciado,...) que la escuela libera para dedicarnos a la tarea de ser estudiantes, pero también para dejar de ser hijos y hermanos, para ser compañeros, para decir yo y hacer el nosotros. Ese tiempo y espacio en el que aprendemos a estar juntos para hacer cosas juntos. Con la suspensión desapareció el espacio de igualdad, cuidado y protección que supone la escuela. También el lugar del conflicto y del encuentro con la alteridad, tan fundamentales.
Tuvimos que dejar de ir a la escuela para ser conscientes de las múltiples desigualdades que atraviesan lo educativo (sociales, económicas, de capital cultural) y las dificultades vitales que experimentan muchos niños y jóvenes. Se tuvo que parar la escuela para darnos cuenta del papel que juegan las escuelas y las maestras frente a las desigualdades, los destinos prefijados y las profecías del fracaso. Para evidenciar que no todas partimos en igualdad de condiciones.
Se desarmó el currículo y surgió en toda su importancia el debate sobre qué es realmente importante enseñar y aprender en la escuela, sobre cuáles son los saberes imprescindibles que en cada etapa debemos garantizar; al no tener que ir físicamente, desapareció la obligación de asistir y no tuvimos más remedio que preguntarnos por el sentido de la escuela, por qué es importante que los niños y los jóvenes vayan a la escuela y qué es lo que debemos hacer para sostener el interés por la escuela.
Al dejar de ir y estar en la escuela, se interrumpió finalmente el entramado de relaciones que ésta hace posible (con el mundo, con otros mundos desconocidos, con el conocimiento, con los y las maestras, con los compañeros, con los otros). Sin la escuela presencial se hizo muy difícil mantener los vínculos y las relaciones que sostienen la vida escolar, y nos dimos cuenta que la escuela no es un lugar cualquiera de aprendizaje, que es ante todo un lugar de construcción de lo común y lo difícil que es mantener esto sin la interacción de los cuerpos.
En estos meses de confinamiento hemos visto cómo las comunidades educativas han trabajado no solo para mantener el vínculo entre las personas y el vínculo con el aprendizaje, sino también para garantizar, en muchas ocasiones, unas condiciones vitales mínimas. Se han preocupado por su alimentación, por su salud, por su bienestar emocional, por garantizar la conectividad y el acceso a recursos y dispositivos. Si algo ha revelado la pandemia es que la escuela como dispositivo público es mucho más importante de lo que pensábamos, pero también, que la escuela sola no puede. Que la escuela nos da aire, pero necesita urgentemente que, entre todos, le demos aire.