Madrid escucha a la “ciudad insurgente” e imprevista

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Imagen CC de David Cárdenas Lorenzo

 

Texto: Roberta Di Nanni

El siglo pasado ha visto pasar la población mundial que vive en las grandes ciudades de un 10% a un 50%. En los próximos diez años este dato llegará al 70%, es decir, siete personas de cada diez vivirán en grandes ciudades.

A pesar de esto, o por este motivo, en nuestras ciudades más personas dedicarán parte de su tiempo a crear espacios de vida comunitaria.

Si por un lado la comunidad es el sueño nostálgico de algo que ya no existe, también es cierto que las pequeñas comunidades urbanas son capaces de construir autónomamente lugares de calidad y de ocio, movidas por el deseo y la necesidad de compartir vidas e historias.

Comunidades de huertos urbanos, de regeneración de espacios abandonados o plazas de barrio, de crianza compartida, de fiestas populares, donde casi siempre las formas de relación son más importantes que los contenidos (muchas veces excusa para juntarse).

Comunidades temporales que, a través de instrumentos de autoorganización, autogestión y autorecuperación, no sólo expresan un disenso en el uso del hábitat, sino que directamente actúan en la ciudad, aportando silenciosamente nuevos significados a los espacios urbanos.

Se trata muchas veces de contextos de pequeña escala que funcionan como  “ruidos de fondo de la ciudad”, que se quedan fuera de las grandes narrativas y que, sin embargo, sigilosamente aportan nuevos significados a la historia y visibilidad de los espacios urbanos. Capaces de poner en crisis las formas tradicionales de las políticas urbanas y generar un salto importante del sujeto individual al sujeto colectivo, creando sociedad local.

Frente a esto, el trabajo de las instituciones se hace más complejo y las políticas formales de transformación de la ciudad chocan a diario con la necesidad de salir de los caminos tradicionales y buscar soluciones singulares y no homologadas, para dar respuesta a los cambios propuestos y actuados por la ciudadanía.

Es por esto que necesitamos idear nuevas modalidades de interacción para ir más allá de la simple escucha de instancias.

Como ciudadana e integrante de colectivos similares a aquellos que participarán en Madrid Escucha, muchas veces he visto cómo es difícil encontrar un lugar desde el que sentirnos cómodas todas las partes y poder salir de los roles establecidos.

Creo que lo más trasformador radica en el cambio de las formas de relacionarse, creando nuevas redes y espacios de comunicación, apostando por las emociones y la confianza.

Madrid Escucha puede representar ese lugar donde trabajar codo a codo para abrir el paso a una nueva dialéctica entre diferentes miradas y donde poner en sinergia diferentes saberes: los conocimientos técnicos y todos aquellos conocimientos parciales, localizables y críticos que vienen no sólo de los colectivos promotores de las propuestas sino también de los colaboradores que de forma individual han decidido o decidirán participar en las semanas de intenso trabajo del laboratorio ciudadano.

Yo, por mi parte, participaré en Madrid Escucha con este afán y aprovecharé lo máximo posible el tiempo que tendremos para impulsar la creación de nuevas comunidades de intenciones a partir de los proyectos seleccionados.

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